domingo, 13 de septiembre de 2015

Zaragoza, a 300 kilometros de todo

Septiembre, 2014.

Después de abordar un bus Alsa, nos íbamos rumbo a Zaragoza, la gran ciudad del valle de Aragón. Motivados por la invitación de Consuelo y su esposo, una pareja de amigos chilenos que están viviendo allá por motivos de estudio y que en varias ciudades del viaje nos habían acompañado en la travesía, era momento en que se hicieran anfitriones en la ciudad que vio nacer a los Héroes del Silencio. Llegábamos de noche, después de unas 2 horas y algo más de viaje en un cómodo bus, a nuestra derecha, un enorme valle que de fondo tenía los Pirineos y que nos recibía con una impresionante tormenta eléctrica, a la cual le saqué mil fotos, pero ninguna logró salir bien. Llegamos cerca de las 21:00 y en taxi llegábamos a un lindo departamento que mis amigos arrendaban, para disfrutar de un par de piscolas y un juego de cacho.

Monumento al torso de Cristian
Al día siguiente los muchachos tenían que cumplir responsabilidades propias de sus trabajos y estudios, así que aprovecharíamos la mañana para lavar ropa y hacer algo de orden en nuestras maletas, que ya reunían dos meses de viaje. Había aprovechado de levantarme temprano e ir de compras por desayuno, me di el tiempo de caminar tranquilamente por la ciudad y darme cuenta del aire de relajo que se respira. Zaragoza se siente como una ciudad agradable para vivir. En la hora de almuerzo Consuelo nos sorprendía con un pastel de choclo maravilloso. Ya después nos dábamos tiempo para ir al gimnasio, si parecía extraño que en vacaciones nos invitaran al gimnasio, pero en verdad íbamos rumbo a la piscina temperada que ofrecía el gimnasio al cual estaban inscritos los muchachos, lugar al cual fuimos a pie, como casi todo en la ciudad, algo de relajo en el sauna, salsas de vapores, los chorritos en la piscina y nuestras espaldas eran las más agradecidas de tamaño relajo, una tremenda anotación de nuestros amigos.

Pastel de choclo
Sorpresa es la palabra que define mejor a la ciudad, se nota primero la estratégica posición, al medio del viaje entre Madrid y Barcelona, unos 300 kilómetros de ambas ciudades, a la misma distancia del país Vasco y un poco más de distancia de Burdeos, en medio de un valle cruzado por el río Ebro, Zaragoza merece lugar como una de las ciudades más tranquilas para vivir que he conocido, con calles sin muchos vehículos, con muchos arboles, con edificaciones ordenadas y con un centro histórico coronado por la Basílica del Pilar, la misma que se hizo famosa porque un par de chilenos querían colocar una bomba en su interior, que mala forma de hacernos fama. Los muchachos estaban estudiando allá, pues las mejores ciudades para estudiar siempre son las más pequeñas.

En el casco histórico

Atardecer privilegiado en Zaragoza
Al centro histórico nos fuimos en un tranvía que parecía muy ordenado, que compartía las vías con los vehículos particulares, todo bien sincronizado y con mucha coordinación. Ya llegando al centro se nota un casco urbano con mucha construcción de piedra e influencias de las múltiples civilizaciones que llegaron a la ciudad, musulmanes, omeyas, visigodos, en el límite con los francos y integrada completamente a la corona de Aragón y Castilla, solemnizada con el reinado de los Reyes Católicos. Se observa de todo un poco en la ciudad, un poquito de esto y un poquito de lo otro, centros comerciales modernos, un casco bien preservado, tiendas de dulcecitos, un buffet de carnes argentinas en un mall que nos dejó rodando al ir almorzar. Lo mejor de todo, un arriendo de un auto por Hertz, que logramos conseguir por un precio muy económico, un Seat León que nos acompañaría hasta el mismo aeropuerto de Madrid, el día que volveríamos a Sudamérica, pero fue una maravilla encontrar el vehículo, ya que ahora el viaje se nos hacía más fácil y nuestro próximo destino, el país Vasco, iba a ser recorrido por la tranquilidad  de un vehículo "propio".

Una tienda para volverse loco
La noche en la ciudad
Juego de luces del cielo 
Desde arriba del Parque Grande
Hermoso Zaragoza, una ciudad muy agradable para vivir, con un aire de relajo que da envidia, lejos del desenfreno de Barcelona o Madrid, una parada de un par de días que nos sirvió para compartir más con nuestros anfitriones, que como siempre, se comportaron de maravillas.

Ahora nos moveríamos con un Seat
Al tercer día, correspondía marchar, cargamos el Seat para irnos rumbo al norte a esos de las 3 de la tarde, nuestro próximo destino era San Sebastian, Donostia como prefieren decirlo los Vascos, nos íbamos rumbo a la Bahía de Biscaya, aunque en el camino una parada en Pamplona. Después de unas 5 horas manejando, estábamos llegando a Guipuzcoa, aunque eso queda para otra historia.

Plaza de Pamplona

La calle donde corren los toros

Ahora la foto mejora

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